jueves, septiembre 03, 2009

El temor de los intelectuales a la política

Artículo de Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción de Pilar Vázquez.

Una "epidemia de conformismo" ha paralizado en los primeros años del siglo XXI la vida pública, donde lo único que importa es el poder del mercado. Los mezquinos intereses personales sustituyen a las voces críticas.

Las dos culturas, el conocido ensayo del científico y novelista británico C. P. Snow, salió a la luz en 1959. Snow defendía ahí la tesis de que el colapso de la comunicación entre las dos culturas de la sociedad moderna -las ciencias y las humanidades- era un freno para la resolución de los problemas del mundo. Medio siglo después, el debate iniciado por Snow ha tomado una nueva forma. El siglo XXI representa, en términos generales, la separación de los intelectuales y la política. Pocas veces habían estado tan alejados los intelectuales y el mundo político.
Los intelectuales críticos son hoy una especie en vías de extinción. Temen la política, y se diría que la política muestra una indiferencia absoluta por todo lo que se pueda denominar intelectual. Hay otros muchos que consideran que nos encontramos ante un declive de lo intelectual. Según ellos, la intelectualidad se ha distanciado de la esfera pública para acercarse a un mundo cada vez más profesionalizado y más empresarial. En otras palabras, los intelectuales están perdiendo su autoridad pública para dirigirse al poder, al tiempo que cada vez son más incapaces de realizar sus funciones de una forma independiente y crítica. Nunca se habían mostrado tan profundamente opuestas la conciencia crítica y la esfera pública.
Parece que los intelectuales de hoy pensaran que puesto que todas las verdades morales son relativas, ya no hay necesidad de ser la voz moral de un mundo sin voz. El afán de ciertos intelectuales de aparentar que lo políticamente correcto y sensato es desestimar la importancia que tienen los imperativos morales en la esfera pública no es más que una forma de hacer coincidir las necesidades humanitarias urgentes del mundo en el que vivimos con las necesidades concretas de su carrera o su ascenso profesional. Asalariados, ocupando cátedras o titularidades permanentes, pensionistas, muchos intelectuales se encuentran encadenados a la rueda de una carrera y una profesión respetables que paradójicamente estanca su capacidad para la crítica en un contexto no conflictivo.
Para ser más precisos, los mezquinos intereses personales han destruido los llamados intereses públicos de los intelectuales. Al olvidarse de la política, rápidamente y sin dejar lugar para el arrepentimiento, muchos intelectuales del mundo actual degradaron y abandonaron la idea de la esfera pública, transformándose en defensores de la cultura de masas carentes de todo sentido crítico. Es en virtud de esta falta de sentido crítico con respecto a la vida pública por lo que los politólogos y los expertos culturales han venido a sustituirlos como actores sociológicos en el mundo contemporáneo. A los intelectuales ya no les interesa reflexionar y debatir sobre los valores, su único interés reside en el comentario de los hechos. Así, con la aparición de la aldea global postindustrial, dominada por las redes mediáticas y la comunicación tecnológica, en las que las voces disidentes suelen estar acalladas, una "epidemia de conformismo" ha paralizado al completo la vida pública, convirtiéndola en una entidad impulsada única y exclusivamente por el mercado.
Para investigar la evolución del compromiso de los intelectuales en la historia europea del siglo XX, tenemos que empezar con el affaire Dreyfus y la aparición de la categoría "intelectual". Pese a las diferentes posturas que cristalizaron durante el affaire Dreyfus, ambas partes estaban de acuerdo en que el intelectual tenía que comprometerse. Uno de los que participó a favor de Dreyfus fue Julian Benda, el filósofo judío conocido fundamentalmente como autor de La traición de los intelectuales, donde afirma que "la labor del intelectual es defender los valores universales, por encima de la política del momento". Para Benda, por consiguiente, el intelectual es un sujeto que opera dentro de un marco moral y se atiene a unos valores trascendentales, libre de las impurezas de la política. Probablemente Zola se merece este honor, no por sus novelas, sino porque llegó a ser un intelectual que atacó la injusticia, el prejuicio y la intolerancia en la esfera pública. De este modo restauró la función que Sócrates había reservado para el filósofo: defender la universalidad de la búsqueda de la verdad y luchar contra la violencia.
El método de Sócrates para dominar la violencia era el uso del diálogo frente a las convicciones políticas. Con su mayéutica -conócete a ti mismo- Sócrates invitaba a los atenienses a interrogarse. Y aunque sea un fin en sí mismo, aprender a interrogarse es también una condición y un punto de partida para cualquier intelectual que quiera obrar honestamente. La honestidad es abrirse a la pluralidad humana; es cobijar la idea, intrínseca al trabajo de un intelectual dialógico, de que cada persona contiene "multitudes", como dice Whitman en su Canto a mí mismo. Todo intelectual necesita de esta multiplicidad, no sólo para conectar con los otros, sino también para ensalzar y valorar, como un elemento constitutivo del mundo, las diferencias que existen entre las personas. La idea de diferencia presupone otro valor igualmente esencial a la condición de intelectual: el respeto.
Una de las tareas del intelectual es pensar en cómo reformar y mejorar la sociedad. Su empeño primordial debe centrarse en la educación cívica de los otros ciudadanos para la responsabilidad que entraña la auto-gobernanza democrática. ¿No perdería todo el significado que tiene para nosotros el valor supremo de la historia si admitiéramos que son muchos los intelectuales que consideran que lo que denominamos examen crítico de la esfera política es un ejercicio fútil? Si no se lee y se ejerce el espíritu crítico, la historia podría convertirse en una simple repetición de los errores humanos. Por el contrario, cuando se comprometen con la historia, los intelectuales no sólo necesitan una mente abierta, sino también crítica, capaz de entender que las verdades pueden ser parciales; una mente que se interrogue continuamente. Lo importante aquí es que la manera de protegerse contra toda tentación de colaboración con el mal es interrogarse y reflexionar con sentido crítico.
Con este planteamiento, la pregunta es: ¿cómo se puede hablar de preservar la ética en la esfera política y de no caer en el mal cuando han dejado de existir los absolutos morales? Poco después de terminada la guerra, en 1945 y en uno de los primeros ensayos que aparecieron al respecto, Hannah Arendt decía que "el problema del mal será el tema fundamental de la vida intelectual en la Europa de posguerra, de la misma manera que la muerte fue el tema de reflexión fundamental después de la Primera Guerra Mundial". Creo que Arendt estaba en lo cierto, sobre todo porque en el mundo de hoy el problema del mal y sus implicaciones políticas constituye un desafío importante para el estatus público y la integridad moral de los intelectuales.
Cierto es que todos somos moralmente responsables de las calamidades e injusticias del mundo en el que vivimos. Pero no es menos cierto que el papel social y político de los intelectuales conlleva una mayor responsabilidad moral. Como señala Max Weber, el compromiso intelectual requiere la ética del héroe, pues hace falta una gran valentía moral para enfrentarse a las responsabilidades que se adquieren en la esfera pública.
Muchos creen, por supuesto, que ser hoy un intelectual comprometido con la vida pública no es nada del otro mundo, ya que ser demócrata y vivir en una democracia no supone ningún riesgo, ningún desafío. Pero, dado que no puede haber una democratización y una globalización reales si no están acompañadas de una labor crítica real por parte de los intelectuales, en su función de contrapoderes, ser hoy un intelectual crítico significa también ejercer de conciencia moral del mundo globalizado. Por eso, para los intelectuales comprometidos, la verdadera lucha no se limita a estar a favor o en contra de la política, sino que se trata sobre todo de una batalla en defensa de lo humanitario frente a lo inhumano. Se trata de tener la valentía de alzar la voz en nombre de la no violencia y en contra de la injusticia. Por esta razón, aunque el concepto haya perdido hoy la fuerza que tuvo en el momento del caso Dreyfus, se ha de mantener la función del intelectual público. Mientras los humanos sigamos creyendo que la esperanza no es una palabra fútil, los intelectuales no dejarán de ser útiles en todas las sociedades.

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Javier Ignacio Alvarez


martes, septiembre 01, 2009

Todos Juntos y a Tiempo por José Luis G. Lozano

Hoy copio otro de los escritos de un amigo "virtual": José Luis Gutierrez Lozano.
Ya seguiré escribiendo "en difícil" lo que es una realidad impostergable de asumir:
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...que el ser humano atraviesa un profundo "Síndrome de Vida Paralela" entre lo que le dicta su consciencia ( conjunto de sentimientos amorosos e ideas razonables) y lo que le urge su "automatismo sistémico existencial" ( la necesidad de sostenerse en un sistema insostenible).
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Javier Ignacio Alvarez
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Todos Juntos y a Tiempo por José Luis Gutierrez Lozano
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Como nunca antes, actualmente se están acumulando escritos, artículos y documentos de análisis que pintan una realidad cada vez más adversa para nuestra viabilidad grupal en lo ecológico, económico, social y político.
El fenómeno se repite con diferentes matices en todo el orbe. En México, el problema económico aflora como el eje de los males; sin embargo, los encargados de la política económica nada parecen poder hacer más allá de los ineludibles y banales discursos sobre la situación.
So pretexto del tercer informe, se llenan espacios minimizando la gravedad de las condiciones económicas y se culpa al extranjero. El mundo de la economía y la política se desmorona, la naturaleza llora y se retuerce de dolor. Pero el gran despliegue mediático continúa ejerciendo, aquí y en todo el planeta, el poder hipnótico para difundir la verdad oficial, la machacona insistencia para sostener el pensamiento único.
Si bien esta estrategia refleja paulatinamente menos efectividad por la existencia de fuentes libres de información y mayor acción de grupos de individuos libres de sujeciones ideológicas, el adormecimiento masivo es aún preponderante. El factor económico es en la actualidad el sostén principal del sistema de control. El pensamiento único, monolítico, estructurado para beneficio de unos cuantos, persiste con la servidumbre del resto de la humanidad, que se mantiene controlado en la ilusión de separación.
Es el enfrentamiento competitivo por la posesión de recursos artificialmente escasos, el que fomenta la avaricia, las guerras, el hambre, el crimen organizado y el consumo depredador ya insostenible.
Es cada vez más evidente que el origen de los males que nos afectan en esta etapa del desarrollo de la humanidad es el propio sistema sobre el que se han construido nuestros acuerdos sociales.
Transcribo una anécdota que recorre desde hace tiempo la red electrónica: “Hace algunos años, en unos juegos para atletas con capacidades diferentes en Seattle, nueve concursantes se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos maromas y empezó a llorar. Los otros ochos lo oyeron llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y fueron hacia él. Una niña con síndrome de Down, se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo ‘esto te va a curar’; entonces, los nueve competidores se tomaron de las manos y juntos caminaron hasta cruzar la meta. Todos en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios minutos. La gente que estuvo presente aún cuenta la historia.”
Circula también un video con la recreación de este hecho. No hay quien, al ver o leer esta historia, deje de sentir intensamente una emoción que recorre el cuerpo. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos que existe un código grabado en nuestra esencia humana. Es el código de la unidad. El campo unificado de la conciencia, llamado por algunos “amor desinteresado y universal”, es el pilar esencial de nuestra identidad como seres evolutivos.
Los acuerdos económicos, incitaciones políticas y sentimentalismos religiosos en la fase actual del ciclo evolutivo han negado consistentemente ese pilar. Es por ello que nuestra civilización está en crisis. No tarda en presentarse, es cuestión de meses, una nueva y terminal crisis financiera-monetaria internacional. La acumulación especulativa de los medios virtuales de pago –el dinero como lo conocemos- ha provocado la depredación ecológica y económica que, de seguir con el paradigma de la separación, continuará sin ofrecer opciones para la recuperación.
Los escritos, artículos y documentos de análisis que definen seriamente las características de la crisis económica actual, coinciden en la conclusión de que en este momento no existen las bases para lograr una recuperación económica. Y la razón de ello es que mientras se mantenga el elemento que provocó la crisis, el rechazo al campo de conciencia unificada, aún si se lograra la recuperación económica, no sería sostenible.
El inconsciente colectivo que hoy provoca una emoción como la generada por lo acontecido en Seattle, el que ante la apretura económica refuerza lazos de unidad, será seguramente el más poderoso instrumento para la creación de nuevos acuerdos sociales. Este campo energético, expresado en trilogías, luz-amor-poder; salud-fuerza-unión; libertad-igualdad-fraternidad, ha constituido el impulso vital que ha construido civilizaciones.
Cuando se pierde, como sucede en la fase actual del ciclo evolutivo, se hace necesario asimilar el aprendizaje, desechar las costumbres económicas, incitaciones políticas y sentimentalismos religiosos de la fase en conclusión y emprender una nueva etapa de evolución. Una etapa donde prevalezca el principio que el poeta León Felipe describió como: “no importa llegar pronto y primero, sino todos juntos y a tiempo”