sábado, noviembre 06, 2010

Extrañas paradojas de la vida



De muchos hombres, por mi, muy bien ponderados, escuché, leí y reflexioné acerca de la experiencia de invisibilizarse frente a los halagos del mundo, la fama y sus luces.

Lao Tsé ( 1 ), tantos eremitas, sanyasines, Ramana Maharshi, el más moderno Don Juan y tantos otros hombres y mujeres menos conocidos.

Por otro lado he estudiado el fenómeno de la invisibilización que producen los medios de comunicación corporativos modernos de aquellos hechos y personas que no les interesan se conozcan, e incluso creen que perjudican sus ansias hegemónicas de poder y pensamiento.

Y por otra parte, la promoción que los mismos medios hacen de figuras que ayudan a crear y establecer determinadas conductas e ideas que favorecen sus privadas intenciones.

Modelos de belleza, de arte, de pensamiento, profesionales de diversas ramas, políticos….siempre y cuando, se sometan a los dictados de sus pretendidas ansias de control cultural.

Esta claro que una cosa es ser como un fuego prendido en las periferias de la cultura imperante y que se aviva con las pequeñas ramitas traídas por cada persona que se siente cálidamente comprendida e iluminada.

Y otra cosa es los enormes fuegos promovidos por litros de combustible a disposición, listos a ser consumidos para llamar la atención.

Unos se invisibilizan y siendo, también, invisibilizados por los poderes imperantes, suelen ser traídos a la sociedad por otros que conocen de su luz.

Otros prefieren mantenerse en las periferias recibiendo cálidamente las pretendidas intenciones de luminosidad.

Otros hacen un esfuerzo enorme de mostrar sus luces y son castigados, como Prometeo, por quererle abrir los ojos y el corazón a los hombres.

Así se sacrifican, y aunque destruidos, causan la liberación de miles de buenas intenciones.

Otros, en definitiva ceden a las presiones y tentaciones y deciden “vestir” su luz, con ropajes “para la ocasión”. Ocasión de “parecer” luminosos, de recibir los halagos del poder y de los aún oscurecidos.

Pero, ¿ quién conoce los vericuetos del proceder de cada uno?, sino su propio “aduanero” (2) interior.

Javier Ignacio Alvarez

( 1 ) Links a pequeñas reseñas de Lao Tsé y su obra el Tao Te King

http://es.wikipedia.org/wiki/Lao-Ts%C3%A9

http://es.wikilingue.com/pt/Lao_Zi

( 2 ) Poema de Bertolt Brecht acerca de la historia-leyenda de la creación del Tao Te King por el anciano Lao Tse

Leyenda sobre el origen del libro Tao te Ching, dictado por Lao Tse en el camino de la emigración. Por Bertolt Brecht

A los setenta años, ya achacoso,

sintió el maestro un gran ansia de paz.

Moría la bondad en el país

y se iba haciendo fuerte la maldad.

Se abrochó los zapatos.

Empaquetó las cosas necesarias.

Pocas. Pero algo había de llevar.

La pipa en que fumaba cada noche.

El libro que leía a todas horas.

Algo de blanco pan.

Gozó mirando el valle, y lo olvidó

cuando la senda comenzó a ascender.

Rumiaba el buey, alegre, hierba fresca

mientras llevaba al viejo.

Pues iba muy de prisa para él.

Caminó cuatro días entre peñas

hasta que un aduanero lo paró.

«¿Alguna cosa de valor?» «Ninguna.»

«Es un maestro», dijo el joven guía

del buey. Y el aduanero comprendió.

Y el hombre, en un impulso afectuoso,

aún preguntó: «¿Qué ha llegado a saber?»

Y el muchacho explicó: «Que el agua blanda

hasta a la piedra acaba por vencer.

Lo duro pierde,

Aprovechando aquel atardecer,

tiró el guía del buey, siguiendo viaje.

Ya se perdían tras de un pino negro

cuando los alcanzó el buen aduanero.

Les gritaba: «¡Esperadme!»

«Dime otra vez eso del agua, anciano.»

Se detuvo el maestro: «¿Te interesa?»

«Soy sólo un aduanero», dijo el hombre,

«pero quiero saber quién vencerá.

Si tú lo sabes, dímelo.

¡ Escríbemelo! ¡ Díctalo a este niño!

No lo reserves sólo para ti.

En casa te daré tinta y papel.

Y también de cenar. Yo vivo allí.

¿Aceptas mi propuesta?»

Examinó el anciano al aduanero:

chaqueta remendada, sin zapatos,

viejo antes de llegar a la vejez.

No era precisamente un triunfador.

Murmuró: «¿Tú también?»

Había vivido demasiado para

no aceptar tan amable invitación.

«Quien pregunta, merece una respuesta.

Parémonos aquí», dijo en voz alta.

«Hace ya frío», el guía le apoyó.

Echó pie a tierra el sabio de su buey.

Escribieron durante siete días

alimentados por el aduanero,

quien maldecía ahora en voz muy baja

a los contrabandistas.

Una mañana, al fin, ochenta y una

sentencias dio el muchacho al aduanero.

Y, agradeciéndole un pequeño don,

se perdieron detrás del pino negro.

No es fácil encontrar tanta atención.

No celebremos, pues, tan sólo al sabio

cuyo nombre en el libro resplandece.

Al sabio hay que arrancarle su saber.

Al aduanero que se lo pidió demos gracias también.

( del libro Historias de Calendario, 1939)

No hay comentarios.: